miércoles, 3 de febrero de 2021

Carpe Diem

 

Yo no nací un primero de mayo de 1957 como pone en mi DNI. No nací porque realmente mi madre estaba ya de diez meses y tuvieron que hacerle una cesárea de urgencia a las cuatro de la tarde en un día festivo. “La única cuenta que teneis que llevar las mujeres y no la llevais bien” me dijo mi madre que le había dicho el ginecólogo a primeros de abril cuando pensaba que estaba ya fuera de cuentas. Como si las mujeres no supieran cómo y cuando se quedan embarazadas. Así que “me nacieron” y me llamaron Ramón por ser nonato. Empezamos mal porque ciertamente podíamos haber muerto los dos. Estaba congestionado, de color rojo y cubierto de mierda, según me contó un amigo de la familia que me sostuvo en sus brazos alarmado.

Muchas veces las historias se repiten y en este caso había un antecedente, pues mi abuela materna había muerto a los diecinueve años en su tercer embarazo, pese a que el médico había advertido claramente el peligro que corría si volvía a quedar preñada. Mi abuela tenía mucho miedo y su marido le prometió que no la abrirían, de modo que murieron los dos, madre e hijo. “Si no se muere mi hija, el niño se llamará Ramón” y no Emilio como estaba previsto dicen que dijo mi abuelo.

Aún no había cumplido el año cuando me caí de una litera y me quedé literalmente tonto. “Este niño ¿no se ha dado ningún golpe?” preguntaba el médico. No no, que va, dijo la chica que me cuidaba en ausencia de mis padres. Finalmente un punción en la médula hizo que reviviera.

Con estos antecedentes no es de extrañar que haya estado tantas veces cerca de la muerte a lo largo de mi vida. Hasta el punto de que pensaba que moriría jóven, pero han pasado tantos años que eso ya no será posible. Por alguna razón misteriosa acabé siendo un superviviente.

No tenía ni dos años cuando mi madre se dió cuenta de que no veía por un ojo, vamos que tenía “un ojo vago” así que hasta los catorce años llevé gafas y un parche en el ojo bueno para ejercitar el malo. Nunca he tenido visión binocular. Se puede vivir perfectamente con un solo ojo, lo que resulta muy incómodo es tener visión doble. Y yo la tuve, no por el alcohol sino porque al ejercitar el ojo vago y no coincidir la visión de ambos ojos veía doble, así que mi ojo izquierdo se quedó en stand by aportando una visión periférica pero sin producir doble visión. Bueno el caso es que fui un niño un poco raro, un gafotas solitario, y aprendí a leer en casa antes de ir al colegio. A los ocho años murió un compañero de clase. No se de qué, pero fuimos la clase entera a despedirle en su pequeño ataud blanco. “Así que entonces los niños también puede morirse, no es algo que solo les pasa a los adultos” Ahí comenzó mi noviazgo con la muerte consciente de que mi historia podría acabar en cualquier momento. Tendría unos doce años cuando mi padre conducía su flamante Seat 1400 una Semana Santa camino de Laredo por el puerto de Los Tornos. La calzada estaba helada y el coche patinó peligrosamente desplazándose suavemente hacia el abismo. Pero no, tampoco entonces había llegado mi hora. La última vez que sentí el aliento de la Parca metido en un coche fue en 2018. Entrando hacia Madrid por la A3, el coche se quedó sin combustible. No por descuido, es que el depósito tenía una fuga. Nos quedamos parados entre el carril de la autopista y el carril de salida hacia la M30. Obviamente salir del coche era apostar por una muerte segura e inmediata. Yo veía  los camiones circulando a gran velocidad en dirección a nuestro coche que en el último momento daban un volantazo para esquivarnos. Mientras, llamábamos al seguro, a emergencias, a la Guardia Civil...que se yo. Debieron ser unos 15 o 20 minutos que se hicieron eternos esperando el mortal impacto que acabaría con nosotros. Pero no, todo se solucionó, llegó la grúa, pararon el tráfico, recogieron el coche y nos llevaron hasta un taller cerca de casa.

Siempre me ha acompañado la conciencia de que podía morir en cualquier momento y la verdad, creo que siempre he mantenido la calma.

En una ocasión salí de Bilbao al atardecer en autoestop dirección a Donosti donde iba a encontrarme con un amigo francés a la mañana siguiente y no había encontrado otro medio de transporte. Corría el año 1973 y si no recuerdo mal había sido declarado el estado de excepción, o al menos era una época en la que con cierta frecuencia se declaraba. Me recuerdo caminando en medio de la noche por una carretera solitaria entre Ermua y Eibar. Mentalmente iba repasando todo lo que podría pasarme y como reaccionaría yo. En realidad no llegué a estar en peligro, caminaba deprisa controlando mi miedo y mis fantasmas, mientras escudriñaba las sombras que me acompañaban.

Luego vino el activismo político en la clandestidad, “los saltos” (pequeñas manifestaciones de varias decenas de personas y pocos minutos de duración antes de que llegara la pasma y fueramos detenidos) la preparación para afrontar una posible detención, las citas de seguridad para comprobar que nadie habia caido. En septiembre de 1973 acudí a mi primera manifestación multitudinaria en Paris, con motivo del golpe de estado en Chile. Sí, eran años en los que la muerte estaba muy presente en nuestras vidas. Conjurábamos el miedo, el peligro, la indignación cantando “Te recuerdo Amanda” sabiendo que Victor Jara había sido asesinado en el Estadio Nacional de Chile y que previamente habían quebrado sus manos. Cantánbamos “Los dos gallos” de Chicho Sanchez Ferlosio pensando que el disco “Canciones de la Resistencia española” recogía temas populares y anónimos. Cantando ahuyentábamos el miedo y el dolor fortaleciendo nuestra valentía y nuestro coraje. Nunca tuve miedo a la muerte en aquellos años pese a sentirla tan próxima. Su Excremencia el dictador murió matando en el otoño de 1975. En Londres habríamos asaltado la embajada española en protesta por las últimas sentencias de muerte del franquismo si la policía no lo hubieran impedido. Siempre asociaríamos “Al alba” de Luis Eduardo Aute a aquel día.

Recuerdo las manifestaciones en la Gran Via en enero de 1977 tras la muerte de Arturo Ruiz, escondiendonos en un  portal de la calle de la Flor Alta. Yo bajé al sótano,  la policía entró en el edificio y detuvo a quienes subieron hacia arriba. A pocos metros de alli moría mi compañera de clase Mari Luz Nájera por el impacto de un bote de humo y esa misma noche eran asesinados los abogados de Atocha. Ese mismo día muere en un accidente de moto un amigo, voluntario en una asociación de atención a personas discapacitadas. Un año después moría en Pamplona por disparos de la policía Germán Rodriguez, compañero del partido en el que yo militaba entonces.

Viviamos peligrosamente. La Transición dejó intacto el aparato del estado franquista y todos los crímenes de la Dictadura quedaron impunes. En 1981 el golpe de Tejero evidenció la fragilidad de la democracia y la libertad en nuestro pais.

Superado y nunca suficientemente aclarado el Golpe de Estado, los ochenta nos trajeron la movida, la libertad recien estrenada y una explosión de creatividad y alegría. Pero muy pronto la muerte volvió a ser protagonista de nuestras vidas con la pandemia del SIDA. Yo siempre pensé que me había infectado tempranamente, el SIDA se llevó por delante a unos cuantos amigos y conocidos. No fue hasta 1993 cuando tuve el valor de hacerme las pruebas. Sí era positivo. Aunque en seguida empecé el tratamiento con el único medicamento disponible en aquel momento, era muy consciente de que mi vida podría terminar en un par de años. Pero no, mi destino era seguir sobreviviendo. Cada vez que aparecía un  nuevo medicamento yo participaba en el protocolo de investigación. Sin embargo mi carga viral seguía incontrolada y mis defensas llegaron a bajar hasta 34 CD4. Parece ser que siempre me tocaba el grupo de control y por lo tanto placebo. Para cuando tenía acceso al nuevo medicamento por uso compasivo el virus había mutado así que llegué a desarrollar resistencias a todos los fármacos disponibles. Fueron años difíciles, buscando todo tipo de ayudas, mientras al mismo tiempo fantaseaba con la muerte. Pero no,, tampoco había llegado mi hora y felizmente, gracias a nuevos medicamentos mi carga viral se hizo indectable y mis defensas acabaron subiendo espectacularmente.

Estoy vivo y solo puedo dar gracias a la vida