
Steven Thrope tenía dieciseis años y una larga melena rojiza cuando le conocí en Londres en 1980. Había nacido en algún lugar de la Common Wealth, su infancia transcurrió en las Bahamas e hizo el bachillerato en algún lejano internado de Escocia. Creo que el color de su cabello tenía más que ver con la henna que con supuestos antepasados celtas, pero todo era posible en él.
Vivian Thorpe era enfermera de profesión y alta directiva de una empresa multinacional de sanidad. Uno de sus últimos empleos había sido como directiva de un hospital en El Cairo. Tenía un delicioso duplex de dos pisos con un pequeño jardín cerca del barrio de Brixton.
Stev interpretaba algún héroe mitológico en una sugerente versión de Medea programada en uno de los "fringe theater" más emblemáticos y antiguos en las proximidades del Támesis.Siempre me gustó más el término inglés que define el teatro que se hace en los márgenes de la ciudad y de la sociedad que el término "alternativo" acuñado muchos años más tarde en nuestro país. La compañía estaba integrada por jóvenes del barrio que eran lógicamente casi todos negros: "west indies" es decir indios occidentales, afrocaribeños afincados en la metrópoli de la rancia Queen Elizabeth.
Stev se ganó el sobre nombre de pequeño volcán por méritos propios cuando decidió instalarse en Madrid en 1981. También era conocido como la bicicleta loca. Folló con todos y cada uno de los hombres y mujeres que quisieron beneficiarselo entre los amigos y conocidos que encontró através mío. Era un auténtico volcán en erupción y no preciasmente por las cenizas: "besar a un fumador es como besar un cenicero decía".
Amaba las bicicletas, las cometas y el sexo por encima de ninguna otra cosa. El me llevó a Hampsted Heath a volar sus cometas con singular maestría. No tuvo ningún mérito por mi parte hacerme su amante, era una persona muy abierta, optimista y activa. Juntos viajamos a Bornemouth con su madre para alojarnos en una pequeña y señorial mansión de unos amigos de la señora Thorpe durante un fin de semana. Fue allí donde compre un viejo tandem de los años cincuenta. Los dos teníamos un tandem, los dos los pintamos de rosa y ambos terminaron viajando hasta Madrid por ferrocarril, primero el mío al finalizar mi contrato en la Universidad y después, inesperadamente el suyo y su volcán. Terminamos haciendo un bonito viaje através del cabo de Ajo, combinado el tren, las barcas que cruzan la Bahía de Santander primero y la ría del Asón después y naturalmente las bicis. Stev sólo en su flamante tandem de carreras, yo y la señora Thorpe en mi
tandem de cicloturismo. Ambos tandems fueron meticulosamente desmontados y sus piezas intercambiadas en una promiscuidad de pedales, manillares, sillines, ruedas, frenos, cambios de piñon y pedaliers. Ya he dicho que las bicicletas eran una de las pasiones del pequeño volcán. En unos años en que pocas personas se atrevían a circular en bicicleta por Madrid, Steve viajaba todos los días hasta Alcala de Henares para ganarse la vida dando clases de inglés.
Juntos compartimos teatro, bicicletas, cometas y amantes hasta que la vida nos fue separando.
La señora Thorpe no estaba acostumbrada a convivir con su hijo y cuando Stev se trasladó a Londres una vorágine de posibilidades se abrió ante sus ojos como un libro en blanco interminable con múltiples y muy diversas posibilidades. Ella debió pensar que yo era algo más sensato que su hijo y podría aportar algo de coherencia en tanto caos. Terminó comprándole una buhardilla en la plaza Mayor a donde subía y bajaba cada día su tandem por una estrecha escalera que accedía al tercer piso -o era el cuarto?
Dejé de ver al pequeño volcán después de que hubiera pasado por todas las camas imaginables de la villa y corte.
Años después supe que se había hecho musulman, compartía su vida con una mujer que ya tenía varios hijos a los que decidieron añadir alguno más entre los dos.
Nunca podré olvidar su vitalidad, su locura, sus bicicletas y sus cometas, ni tampoco a la curiosa señora Thorpe. Es verdad que cada persona es un mundo, pero algunas son un universo totalmente inesperado.
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