martes, 1 de diciembre de 2009

"CAÍDOS DEL CIELO" de Paloma Pedrero


He rescatado este texto que escribí para Trasversales con motivo del estreno de la obra "CAÍDOS DEL CIELO" de Paloma Pedrero en el Teatro Fernán Gómez el 30 de octubre de 2008 y en la que tuve el privilegio de intervenir como actor junto con mi perro Odi.



Dirección y texto de Paloma Pedrero (Compañía Teatrodel Alma). Inspirada en la vida y muerte de la indigente Rosario Endrinal,asesinada en el cajero de un banco.




Caídos del Cielo es el resultado de ocho años de trabajo en un taller para la reinserción sociolaboral de personas sin techo, personas sin hogar, personas rotas por diversas circunstancias. Paloma Pedrero, actriz, autora teatral, directora y activista social es el alma de esta historia que empezó hace ahora mucho tiempo, y que se pondrá de largo en el Teatro Fernando Fernán Gómez de Madrid el 30 de octubre de 2008, dentro de la programación del Festival de Otoño.Un proyecto arriesgado y singular en el que la galardonada autora dramática ha embarcado no solamente a voluntarios de dicho taller, auspiciado por la Fundación RAIS para la reinserción sociolaboral, sino también un variopinto grupo de actrices y actores profesionales de diversos perfiles y edades. Caídos del Cielo está hilvanada a través de dos personajes que fueran noticia en su día. Rosario Endrinal, una mujer que murió quemada en un cajero automático de Barcelona, mientras sus jóvenes asesinos grababan su “hazaña” en el móvil, y un anónimo mendigo que murió engullido literalmente por un camión de basura. Charito y Avelino inspiran esta función mágica en la que aparecen también otros personajes de muy variada personalidad. Personajes de la calle, unos con el corazón roto, otros orgullosos de su libertad en los márgenes del sistema. Todos con una verdad y una historia que contar. La compañía Teatro del alma ha puesto en pie una serie de personajes caídos del cielo, unas veces con grandes actores o actrices y otras con meritorios rescatados literalmente de la calle. Y es que el teatro resulta ser además de un entretenimiento más o menos popular y un medio de expresión, una formidable terapia con potencialidades desconocidas y raramente exploradas. Sin duda alguna, esta historia de mendigos, clochards, cetreros de gorriones, yonquis, ludópatas, esquizos, paranoides... en busca de sus almas rotas no pasará desapercibida. Una iniciativa que bien pudiera inspirar en el futuro otros proyectos que combinen el arte dramático con el activismo social. Ha sido un privilegio caído del cielo poder colaborar con el Teatro del Alma, como actor y como activista.

jueves, 26 de noviembre de 2009

"El consul de Sodoma"

Aún no se ha estrenado la película de Sigfrid Monleón El cónsul de Sodoma y ya ha saltado la polémica sobre la "herencia emocional" del poeta Jaime Gil de Biedma. Como en el caso de Lorca, Jaime, además de poeta y homosexual, pertenecía a una familia de cierto ringorrango que no siempre se siente a gusto con las inclinaciones sexuales del ilustre familiar.


En mi opinión, los poetas deberían ser considerados como patrimonio universal de la humanidad y los derechos de autor no deberían ser hereditarios, pero eso es otra historia. Federico y Jaime amaron y desearon a otros hombres y así se refleja en su obra, veladamente en el caso de Lorca y de forma muy explícita en la de Gil de Biedma. Yo, como maricón que también ha amado y deseado a otros hombres, reclamo mi parte de la herencia, que incluye el derecho a conocer detalles y circunstancias de la vida y de la muerte de ambos poetas, con quienes por razones tanto artísticas como personales tengo todo el derecho a identificarme.

No he tenido todavía el privilegio de ver la película, aunque sí el de participar modestamente en el rodaje.

Cada cual dará su opinión sobre el valor cinematográfico del filme, pero sentirse ofendido por el número de calzoncillos, de penes erectos o de nalgas filipinas que puedan aparecer en la pantalla es ridículo a estas alturas.

Ya hemos padecido muchos siglos de ocultamiento, eufemismos y persecuciones por el "amor que no osa decir su nombre". Es hora de llamar a las cosas por su nombre, mal que le pese a algunos.

publicado en "El País" 26 11 2009
http://www.elpais.com/articulo/opinion/consul/Sodoma/elpepuopi/20091126elpepiopi_8/Tes

domingo, 31 de mayo de 2009

CASI TODO SOBRE MI MADRE



Mi madre murió un 13 de abril de 2008, a las siete y cuarenta y siete minutos de la mañana. Lo sé porque estaba allí. Había pasado mala noche, respirando mal, quejándose. Su vida se estaba apagando y le estaba costando mucho morirse. Porque ella ya no quería vivir, pero no sabía que es lo que hay que hacer para dejar de vivir.
Cuantas veces dijo: “me voy a tirar por la ventana”, “me voy a ir de esta casa y no voy a volver nunca”. Pero nunca lo hizo. No es nada fácil tirarse por la ventana. Como tampoco debió de ser nada fácil beberse una botella de suavizante azul a las 3 de la madrugada. Sí, esa debió de ser más o menos la hora en que murió Hortensia, tal vez después de marcar un número de teléfono, eso nunca lo sabremos. No, no es nada fácil morir.
Ella, mi madre, había nacido un 14 de noviembre de 1922, exactamente nueve meses después que Hortensia, que nació un catorce de febrero, día de los enamorados.
Enriquito preparaba oposiciones a juez. Vivía en la calle de las Huertas de Madrid. Balcón con balcón, dos vecinas, una Pilar, la otra Fuensanta. Hijas, que casualidad, del Presidente del Tribunal. Mire usted por donde. Dieciseis años apenas cumplidos, Pilarita, había nacido en el Palacio de la Diputación de Granada, aunque la familia era cordobesa. Un bombón con aromas del Darro y la Alahambra. Debió resultar irresistible para el apuesto estudiante de derecho y futuro juez. El día de los enamorados, Enriquito dejó preñada a Pilarita con dieciseis años. Por San Blás había hecho un frío, húmedo y helado en Madrid, que se colaba por las rendijas y hacía que te goteara la nariz. El catorce de febrero amaneció despejado y fue un día luminoso, frío pero radiante como esos días soleados de invierno que te alegran el alma en los madriles.
Pilarita no debía saber de la misa la media y Enriquito se aprovechó, se propasó, y pese a ser de familia muy católica fornicó y preñó a la granaína. El siete de julio, a las ocho de la mañana y muy discretamente, se casaron, luciendo la pilarita una más que incipiente preñez. Don Manuel de Velasco, insigne magistrado, destinado sucesivamente en Cuba y en Filipinas, y doña Dolores Eraña, sobrinanieta de la Marquesa de Jover, no pudieron hacer otra cosa que casar a su jovencísima hija con aquel opositor, que finalmente sacaría plaza en La Rioja. ¡Qué vergüenza, casar a nuestra hija de penalti! Menos mal que el chico es de buena familia y se le ve estudioso.
Por estas razones, mi madre que nació un 14 de noviembre de 1922, fue inscrita en el registro con la fecha de 14 de noviembre de 1923, a fin de ocultar el pecado de sus padres. La pobre nunca supo a ciencia cierta en que año había nacido realmente ni los porqués de esta extraña confusión en las fechas. Pilarita debía estar de chupa pan y moja y Enriquito debió de ser todo un sátiro. O tal vez estaban profundamente enamorados. El caso es que al poco de tomar posesión de su plaza como juez, llegó la segunda hija, en los primeros meses del año veiticuatro. Pilarita tuvo su segundo parto con dieciocho años y quedó muy enferma, débil y delagaducha. El médico se lo dijo muy claro al jóven juez: “un tercer parto la mataría sin remedio”. El juez, o estaba más salido que una mona o pensó aquello de “hijos los que dios mande” o ambas cosas, que también pudiera ser. El caso es que por tercera vez preñó a la pilarita. “Enriquito por dios, no permitas que me abran para sacar al niño”. El médico volvió a ser muy claro: “o se le hace un aborto o se muere sin más” Consultaron a los curas y dejaron morir a ambos, a la madre y al niño, que esa debía de ser la voluntad de dios, que es un señor muy viejecillo y con mucha mala leche.

Mi madre, ignorante en parte de las circunstancias de su concepción, vivió siempre aterrorizada por la experiencia de perder con dos años a su madre y a su hermano, por prescripción divina. Tal vez por eso nunca fue creyente y nuca se llevó demasiado bien con ciertos curas y monjas, aunque fueran de la familia. Fue, hasta el día de su muerte a los ochenta y seis años de edad una niña huérfana. Primero fue huérfana de madre, mucho después, tras haber parido siete veces, fue huérfana de padre y finalmente quedó huérfana de su marido. Una niña perdida.
Ella se consideraba descendiente de la pata del caballo del Cid. Una bisabuela o tatarabuela marquesa, un bisabuelo que hizo fortuna y compró un viejo castillo medieval en donde alguna vez, algún rey se había hospedado. El castillo de los Cienfuegos domina La Pola como sus antiguos señores dominaron toda la comarca. Desde la galería de la planta principal se divisa todo el caserío, incluyendo las nuevas mansiones edificadas por los indianos tras volver de hacer las américas. No era para menos, varias generaciones de castellanos viejos, jueces, magistrados, presidentes de la Audiencia, de la Diputación. Ella misma se paseaba con el coche ofcial de su padre a sus dieciseis años, cuando fuera elegida “reina de las fiestas”.
“Como una reina, te voy a dejar como una reina”, era lo que le decía mi padre cuando empezaba presentir su propia muerte.
Aquel trece de abril, con la mascarilla de oxígeno que se empeñaba en quitarse, con las vías del suero y la medicación, no parecía precisamente una reina. Le costó mucho morir. Toda la noche estuvo quejándose, apenas dormimos ninguno de los dos. Yo tumbado a su lado me levantaba, trataba de calmarla, me volvía a acostar. Ya no estaba consciente. Los últimos momentos de una cierta lucidez se habían producido hacia las ocho de la tarde. Se que entonces me había reconocido, me había sonreído y había apretado muy débilmente mi mano con la suya. Aquella noche me tocaba quedarme a mí en el hospital. Había tomado unas cucharadas de caldo, con mucha dificultad, lo que parecía una buena señal. Pero no estaba tranquila, le molestaba mucho el oxígeno, o tal vez le molestaba que siguieran prolongando una vida que estaba llegando a su final. Era como si fuera consciente de que ya no servía de nada que intentara tragar un poco de sopa o que la ayudaran a respirar. Su vida había terminado el día en que salió de su casa para no volver. La residencia, el hospital, no aran mas que una espera. Una espera terrible, aguardando a la Parca, pensando en la moneda para el barquero, en el tránsito.
Pero no fue un tránsito tranquilo. Tuvo una mala hora, llena de agitación, probablemente de dolor y la angustia de no poder respirar, de no querer respirar.
Se fue apagando y cuando vino la enfermera hacia las siete de la mañana, se asustó. Vino otra enfermera, el médico de guardia, me pidieron que saliera de la habiación. El doctor me dijo que mi madre se estaba muriendo, que era cuestión de unos minutos. Volvía a entrar y la acompañé durante unos diez o quince minutos, después de hacer varias llamadas: "mamá se está muriendo".

miércoles, 22 de abril de 2009

el rubio más guapo del colegio

Julio era el chico más guapo de toda la promoción, tal vez de varias promociones seguidas. Era digno de verse su poder de seducción sobre las chicas, sobre los chicos, sobre los profesores...
Pertenecía al grupo de los listos, los que solían sacar siempre sobresalientes y notables, casi exclusivamente por su belleza. Era tan guapo que ningún profesor era capaz de calificarle por debajo, como mínimo, de notable. Los listos, los empollones, solían ser bastante celosos de sus méritos, pero a Julio todos le ayudaban con los ejercicios y los exámenes.
Buen deportista, alegre y simpático, amable con las chicas, buen compañero con los chicos... era todo lo que cabía desear en un adolescente de quince años y hasta los profesores más carcas y machistas suspiraban por él sin dudar ni un solo momento de que se hallaba entre los mejores, los escogidos.
Yo había tenido ya relaciones sexuales con un hombre adulto, desde mi más tierna infancia, pero me aterrorizaba la idea de que alguien en el colegio pudiera sospechar que me gustaban los chicos.
Una tarde invité a Julio a estudiar a mi casa. Era una de esas tardes de finales de la primavera, con las ventanas abiertas dejando entrar una atmósfera sensual que se te pegaba a la ropa, a las manos, a las ingles... mientras a lo lejos se oía pasar un expreso por el Puente de los Franceses.
Yo fingía estudiar mientras le observaba de reojo. Julio era rubio, pero no demasiado. Bien formado, sólido sin blandura y al mismo tiempo acogedor. Parecía que pudieras recostarte en su sonrisa. Le expliqué algunos problemas de física, de matemáticas, no se, no recuerdo muy bien. Yo solía resolver los problemas mientras el profesor terminaba de dictar el enunciado. Ya se sabe, en el país de los ciegos... En aquel colegio para niños de familia bien, los chicos no solían estar muy motivados para el estudio. Al fin y al cabo heredarían la posición social de sus padres sin a penas esfuerzo. Julio no era distinto en eso de la mayoría, pero su belleza le había procurado una falsa fama de estudioso. Al cabo de un rato me resultó imposible concentrarme en ningún asunto académico. Fantaseaba imaginando su cuerpo bajo la escasa ropa de una tarde calurosa. Una y otra vez sentía el deseo irrefrenable de pasar mi brazo por su cuello, de posar mi mano en su rodilla, de rozar levemente el vello de su brazo con el mío.... lo pensaba, disponía mis músculos para el movimiento preciso, sutil, estaba a punto de hacerlo y luego decidía que no podía ser, que él, sin duda, me rechazaría, que pondría en peligro mi reputación. Y luego todo volvía a comenzar.
El caso es que cuanto más pienso en aquella tarde tan lejana, más me evidente me resulta que su deseo igualaba al mío. Podía sentir su respiración, su pálpito, su aliento, a escasos centímetros, su mirada furtiva llena de simpatía. Él, claro, tenía fama de tener mucho éxito con las chicas. Bueno, en realidad lo tenía, no cabía la menor duda. Era de esas personas que se sabe deseada y disfruta siéndolo, aprovechándose de las ventajas que la vida le proporciona sin proponérselo siquiera. A mí me faltó el valor. Él nunca hubiera tomado la iniciativa, pero habría consentido. Una furtiva caricia, un abrazo de camaradas y los dos habríamos rodado por el suelo jugando a pelearnos, a dominarnos y dejarnos dominar. Yo habría abierto lentamente su camisa y habría recostado mi cabeza sobre su pecho desnudo, a penas sin vello alguno, para escuchar el latido de su corazón súbitamente acelerado. Él entonces habría tomado mi cabeza con sus manos acercando sus labios a los míos, para fingir rechazarme después y volver a revolcarnos hasta dejarme inmovilizado mientras mi sexo en contacto con su cuerpo gritaba por salir de su prisión.....
Nunca volví a saber nada de él.

Mi vida en bicicleta

Yo nunca fui persona de una sola bicicleta como nunca lo fui de un solo amante, pero llegué a amar a algunas de mis bicicletas tanto como a mis mejores amantes. Si los amantes te hacen viajar a los confines del universo, la bicicletas te proporcionan una libertad que ningún amante te otorgará nunca.
Mi primera bicicleta no era mía. Era admirable aquel garaje donde se guardaban las bicis en el jardín de mis tíos, las había de todos los tamaños y en muy diverso estado de conservación. En los años sesenta y en Cantabria, una bicicleta de niño, era un prodigio, un milagro, algo que solo poseían las familias principales entre los veraneantes. Yo nunca tuve una bicicleta de niño, pero debí aprender con alguna de aquellas bicicletas que tuvieron múltiples y sucesivos dueños y que yo miraba con deseo circular por el circuito que delimitaba aquel jardín misterioso con columpios rudimentarios que colgaban de los árboles, sauces que instauraban territorios a explorar, manzanos de diminutos y ácidos frutos que comíamos con fruicción y aquel garaje atiborrado de bicicletas más o menos rotas o lozanas. El circuito era de un solo sentido y debía entrañar cierto peligro para los adultos que podían verse arrollados por alguno de aquellos ciclistas infantiles pedaleando a toda pastilla y sin dejar de hacer sonar el timbre.
La vida consistía entonces es subirse a los árboles, lograr que te prestaran una bicicleta e irte a pescar al puerto, sin caña, claro sólo con el sedal, el plomo y el anzuelo y un gusano que se retorcía todavía cuando lo lanzabas al agua.
Cuando aprobé la reválida de cuarto mis padres me regalaron mi primera bicicleta. Una Orbea semi carreras que yo mismo pude elegir en la plaza de Isabel II, donde entonces estaba "Otero" y que costó la enorme cifra de mil pesetas. Tenía las ruedas finitas, las cubiertas con dos colores y unos guardabarros minimalistas que a penas se extendían unos centímetros adelante y atrás de la horquilla.
Hasta entonces yo siempre había vivido en bicicletas prestadas, heredadas, bicicletas de un solo día, de una sola tarde, de un solo rato. Mis padres no tenían jardín ni bicicletas de niño. Pero había una bicicleta de mujer que debió de pertenecer a mi madre y utilizaron todas mis hermanas. Una bicicleta de esas de las de antes con sus frenos de varillas. Esas bicicletas duras con las que las mujeres de Cantabria se desplazaban de un pueblo a otro con dos enormes cántaros de leche haciendo contrapeso en el manillar. Yo las admiraba subiendo aquellas interminables cuestas, sin prisas pero sin pausa. Vendían la leche a domicilio, en las calles y en las plazas y utilizaban para medirla un cuartillo. Esa vieja bicicleta familiar, sin cambios, que entonces no sabíamos ni lo que eran, sin frenos, que si sabíamos lo que eran pero nunca nos parecieron nada imprescindible, subía a los montes que rodean el Cristo de Limpias y bajaba a toda velocidad por los caminos de piedra, frenando solo de vez en cuando por el método de arrastrar los pies por el camino de gravilla.
La nueva y flamante Orbea de color rojo, me hizo otra persona. Me hizo libre para irme con mi mejor amigo que disfrutaba de otra vieja bici que tras haber pasado de madres a tías y de tías a hermanas, podía él por fin disponer de forma permanente. Con él tuve mi primera experiencia de promiscuidad ciclista: armamos un tandem, enganchando la horquilla de su bici al cuadro de la mía, de modo que él utilizaba como rueda delantera la rueda trasera de mi semi carreras, un curioso tandem de tres ruedas con el que gozamos como los grandes insensatos que éramos.
Durante varios años, esperábamos con ansiedad a nuestras bicicletas que viajaban todos los veranos de Madrid al Cantábrico y de la playa a la meseta. Su llegada marcaba el principio del verano y su retorno el del otoño. Ya no era posible vivir sin bicicletas y si algún año se quedaron arriba en el norte, nuestras quejas debieron resultar tan molestas que nunca más se quedarían hibernando sólas.

Poco después a mi hermana pequeña le compraron mis padres una BH plegable, que entonces estaban de moda. La clase media empezaba a tener coche y esas primeras plegables se podían transportar fácilmente en el maletero.

Aquellas bicicletas nos proporcionaron las mayores alegrías de nuestra adolescencia, permitiéndonos adentrarnos por todos los caminos de la comarca: el puerto viejo y la Atalaya, Liendo, La Pesquera, Limpias, el Puntal y pasando la barca, Santoña, la cueva de la Baja o el Pico del Hacha.

Muchos años después volví a los montes y playas de mi infancia. Yo había comprado un viejo tandem inglés en la ciudad de Bournemouth. Lo compré sólo porque mi amante escocés tenía un tandem y yo deseaba ser como él. Aquel viejo y pesado tandem viajó de Bournemouth a Manchester, de Manchester a Londres y París para terminar en la estación de Chamartín donde fui a recogerlo a principios del verano de 1981. A los pocos días, siguiendo el rastro del tandem llegó a Madrid mi amante escocés que pronto fue bautizado como “La Bicicleta Loca” y “El Pequeño Volcán”

jueves, 26 de febrero de 2009

Una mujer de edad madura habla con su padre

Una mujer de edad madura habla con su padre, ...al que no ha visto desde hace muchos años.

De cuerpo presente, se encuentra expuesto en un gran catafalco.


¡Al fin caíste viejo zorro!

Me alegro de verte papi,
muerto estás mucho más guapo,
así calladito
Mírate que elegante y sereno con tus triunfos y condecoraciones,
Tus mejores galas y afeites,
¡Hasta hoy estás guapo hijo de puta!
Cuasi cadáver de Estado, ilustre y lustroso muerto, calladito, tranquilo, sosegado...

No te mereces la paz de la muerte,
Crápula de alcantarilla!

Para ti todo valía
Con tal de dar gusto a tu insaciable ego
Mi madre murió cansada y aburrida de tus secretos, tus infidelidades, tu incoherencia y tu locura

Loco, loco, loco
Pobre sombra estrafalaria de tu exuberante personaje público,

¡Tú me arruinaste la vida!

Recuerdo cuando me recomendaste que me echara novia,
...después de tu profesional puesta a punto...
en cientos de noches de amor prohibido e incestuoso...
Cuando tu me desnudabas mientras yo me hacía el dormido
Y tus sabios dedos recorrían mi cuerpo despertando mi desconocida sensibilidad.
Mi primera corrida el primer día que viste que me empalmaba,
Tu mano enorme arrancado a mi pequeña verga, su primera cosecha,
Su nectar divino.
No creas que me gustó,
Te dije no creo que yo vaya a hacer esto muchas veces,
Ha sido algo raro, como si me meara dormido,
¡qué equivocada estaba!
Me pajee todo lo que pude hasta que decidí cortarmela
Para tener una pequeñita como las mujeres,
Con el glande de mi capullo reconstruido como mis nuevos labios,
¡Imagino como habrías babeado con mi cosita!
¡Te gustaban las emociones fuertes verdad cabrón!



Y me eché novia, claro,
La dejé predaña,
Nunca supe si tú también te la tiraste. Supongo que sí, menudo morbo.
Ella que era de familia cristiana de a las diez en casa.
Te negaste a casarnos, claro, libertino astuto y clarividente.
Pobre Eugenia, la llevaste tu mismo a abortar en Londres,
Con rapidez y sigilo y una bonita puesta en escena,
En la que la madre de Eugenia se convenció de que su hija no estaba embarazada al comprobar por sus sábanas que le había bajado la regla.
Creo que aquel día, huerfano del hijo que jamás tendría
Decidí ser ya mujer para siempre.

Han pasado muchos años verdad viejo zorro....
Ja, Ja... imagino tu cara libidinosa al ver mis primeras fotos después de la operación,
(Saca una revista con grandes fotos en color)
princesita me dirías rozando sutilmente con tus labios carnosos el couché...
Tu princesita
Ya no es más que una vieja Reina,
(Estornuda)
Y no hay nada más ridículo que una vieja drag con un resfriado.



Canalla divertido, exuberante e ingenioso,
Vencedor de mil batallas de erudición, talante y florido discurso,
Ambiguo donjuan conquistador de tiernas damitas y pequeños efebos...

Una amigo me dijo hace poco: “con lo que me hubiera gustado que mi padre abusara de mí, no entiendo como sigues con ese rollo”
Bueno, he seguido relativamente con ese rollo,
Pero que quieres que te diga
Imagino tu polla flácida y reducida bajo el traje de etiqueta,
Con sus ajados testículos, sus verrugas y lunares y un escaso blanquecino vello.

Ah, pero ya no podrías enseñarme a hacerme una paja, eh
Yo hace muchos años que me quité la polla,
Fue una operación carísima y me dejaron perfecta,
Una obra de arte de la cirugía.
Claro que conociéndote, ahora querrías poseerme
Con ese pingo ridículo incapaz ya de enderezarse.

Soy una vieja reina, es verdad,
Pero al fin he acabado contigo
Y he encontrao la Paz
DE LOS VIVOS!

Me pregunto si después de todo
No debería agradecerte que me indujeras
A convertirme en mujer,
En tu princesita, verdad.
Y como mujer he vivido dos terceras partes de mi vida,
Lejos de ti,
En otro mundo
Que solo a veces de forma tangencial se tocaba con el tuyo.
¿No habrás dejado algo escrito?
Tu fusites mi gran amor
Y yo ¿qué fui?
¿Un experimento? ¿Un capricho? ¿Una debilidad?
Una creación de tu divino yo,
Que después de todo no salió como hubieras deseado,
¿oh sí?
Tu perfecta princesita,
Reina indiscutible de la noche,
Perra perdida que hasta aporta algo de glamour a tu suculento currículum
Tuviste una oveja negra,
Que le daba un toque moderno a la familia,
Puta rastrera de braguetazas,
Eterno aspirante al cielo de los divinos.

Se inclina sobre el cadáver y le da un largo beso en la boca

miércoles, 11 de febrero de 2009

El Pequeño Volcán


Steven Thrope tenía dieciseis años y una larga melena rojiza cuando le conocí en Londres en 1980. Había nacido en algún lugar de la Common Wealth, su infancia transcurrió en las Bahamas e hizo el bachillerato en algún lejano internado de Escocia. Creo que el color de su cabello tenía más que ver con la henna que con supuestos antepasados celtas, pero todo era posible en él.
Vivian Thorpe era enfermera de profesión y alta directiva de una empresa multinacional de sanidad. Uno de sus últimos empleos había sido como directiva de un hospital en El Cairo. Tenía un delicioso duplex de dos pisos con un pequeño jardín cerca del barrio de Brixton.
Stev interpretaba algún héroe mitológico en una sugerente versión de Medea programada en uno de los "fringe theater" más emblemáticos y antiguos en las proximidades del Támesis.Siempre me gustó más el término inglés que define el teatro que se hace en los márgenes de la ciudad y de la sociedad que el término "alternativo" acuñado muchos años más tarde en nuestro país. La compañía estaba integrada por jóvenes del barrio que eran lógicamente casi todos negros: "west indies" es decir indios occidentales, afrocaribeños afincados en la metrópoli de la rancia Queen Elizabeth.
Stev se ganó el sobre nombre de pequeño volcán por méritos propios cuando decidió instalarse en Madrid en 1981. También era conocido como la bicicleta loca. Folló con todos y cada uno de los hombres y mujeres que quisieron beneficiarselo entre los amigos y conocidos que encontró através mío. Era un auténtico volcán en erupción y no preciasmente por las cenizas: "besar a un fumador es como besar un cenicero decía".
Amaba las bicicletas, las cometas y el sexo por encima de ninguna otra cosa. El me llevó a Hampsted Heath a volar sus cometas con singular maestría. No tuvo ningún mérito por mi parte hacerme su amante, era una persona muy abierta, optimista y activa. Juntos viajamos a Bornemouth con su madre para alojarnos en una pequeña y señorial mansión de unos amigos de la señora Thorpe durante un fin de semana. Fue allí donde compre un viejo tandem de los años cincuenta. Los dos teníamos un tandem, los dos los pintamos de rosa y ambos terminaron viajando hasta Madrid por ferrocarril, primero el mío al finalizar mi contrato en la Universidad y después, inesperadamente el suyo y su volcán. Terminamos haciendo un bonito viaje através del cabo de Ajo, combinado el tren, las barcas que cruzan la Bahía de Santander primero y la ría del Asón después y naturalmente las bicis. Stev sólo en su flamante tandem de carreras, yo y la señora Thorpe en mi
tandem de cicloturismo. Ambos tandems fueron meticulosamente desmontados y sus piezas intercambiadas en una promiscuidad de pedales, manillares, sillines, ruedas, frenos, cambios de piñon y pedaliers. Ya he dicho que las bicicletas eran una de las pasiones del pequeño volcán. En unos años en que pocas personas se atrevían a circular en bicicleta por Madrid, Steve viajaba todos los días hasta Alcala de Henares para ganarse la vida dando clases de inglés.
Juntos compartimos teatro, bicicletas, cometas y amantes hasta que la vida nos fue separando.
La señora Thorpe no estaba acostumbrada a convivir con su hijo y cuando Stev se trasladó a Londres una vorágine de posibilidades se abrió ante sus ojos como un libro en blanco interminable con múltiples y muy diversas posibilidades. Ella debió pensar que yo era algo más sensato que su hijo y podría aportar algo de coherencia en tanto caos. Terminó comprándole una buhardilla en la plaza Mayor a donde subía y bajaba cada día su tandem por una estrecha escalera que accedía al tercer piso -o era el cuarto?
Dejé de ver al pequeño volcán después de que hubiera pasado por todas las camas imaginables de la villa y corte.
Años después supe que se había hecho musulman, compartía su vida con una mujer que ya tenía varios hijos a los que decidieron añadir alguno más entre los dos.
Nunca podré olvidar su vitalidad, su locura, sus bicicletas y sus cometas, ni tampoco a la curiosa señora Thorpe. Es verdad que cada persona es un mundo, pero algunas son un universo totalmente inesperado.

idea para un monólogo