jueves, 21 de diciembre de 2017

Los hijos que nunca tuve

En cierta ocasión imaginé las vidas pasadas que hubiera vivido si existiera la reencarnación. Me imaginé a mi mismo en la prehistoria luchando con un oso delante de una cueva para proteger a mis hijos. Me imaginé a mi mismo luchando en alguna batalla medieval para proteger a los míos. Imaginé que naufragaba en el mar y trataba de poner a salvo a mis hijos. Cuando salí del trance a penas podía decir otra cosa, entre sollozos, que "¿donde están mis hijos?".
Yo no he tenido hijos y sin embargo mi subconsciente de alguna manera echaba de menos a los hijos que nunca tuve.
A los diecisiete años tuve a mi primera novia. Aún no había muerto Franco pero ya había ginecólogos proges que recetaban la píldora, si es que podías acceder a ellos. Nosotros podíamos hacerlo y antes de decidir tener relaciones sexuales nos aseguramos de que no habría un embarazo no deseado. Pero tomar anticonceptivos, al menos entonces, requería cada cierto tiempo tomar un mes de descanso. Mi novia quedó embarazada. Yo deseaba que tuviéramos aquel hijo no previsto y así se lo dije, pero también le dije que la decisión era sólo suya y que yo la aceptaría fuera cual fuere. Ella, más sensata que yo, decidió abortar, en Londres naturalmente. Yo tenía la intuición de que aquella sería la única oportunidad que tendría de tener un hijo y la predicción se cumplió.
Cada cierto tiempo imaginaba los años que tendría el hijo que nunca tuve. Mi hijo podría tener 20 años, treinta años... Ahora tendría un hijo de 43 años, que podría haberse llamado León y que tal vez a estas alturas me hubiera hecho abuelo.
Años más tarde me enamoré de una mujer africana tan hermosa como el sol. No se quedó embarazada pero si soñábamos con la idea de tener un hijo y planeábamos irnos a vivir a Cuba. Ella me decía que yo era su corderito por mi pelo rizado y yo le respondía llamándola muñequita de chocolate. Creo que habríamos tenido una hija, una mulata de una belleza excepcional que habría nacido no de la impaciencia sino del amor. Se habría llamado Shaira o Alika o Makeba, por Miriam Makeba.
Mi hija africana tendría ahora 37 años, habría vivido en Cuba, en Camerún, en España... hablaría perfectamente español, francés e inglés y conocería dichos y canciones en etón, la lengua materna de su madre.
Por último amé a otra mujer al filo del nuevo milenio. Nuevamente hablamos de tener un hijo, un hijo del amor para el nuevo milenio, esta vez del amor consciente. El terecer hijo que nunca tuve tendría ahora diecisiete años.
Ahora soy un hombre mayor, he amado a algunas mujeres y a demasiados hombres. Nunca tendré hijos, no me preocupa, seguramente ya tuve muchos hijos en mis vidas pasadas.
Pero a veces pienso en mi pasado y echo de menos a los hijos que nunca tuve.

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